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Ocho estaciones

  • Meli
  • 27 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Ocho estaciones hago para verte.


Mis domingos se resumen a eso, subidas y bajadas de interminables desconocidos que tal vez al igual que yo viajan al encuentro de un amor. No puedo evitar detenerme a analizar sus expresiones. Algunos sonríen y otros no tanto porque se les nota el cansancio en los ojos. Tal vez estuvieron llorando o simplemente sus ojeras son el reflejo de una larga noche porteña que los persigue como un fantasma.


La primavera me obliga a usar vestidos floreados y sandalias. En el barrio se siente la inminente llegada del verano y mientras camino por Pasteur veo como niños y jóvenes se dirigen a algún parque de la ciudad a disfrutar de un mediodía caracterizado por los destellos del sol.


En Pueyrredón subieron dos chicos, uno de ellos con una guitarra. Tocaron una canción de Soda y una de Serú Giran. Te confieso que canté algunas partes y no creo haber sido la única. Mi ansiedad por verte tuvo banda sonora por dos estaciones y previo a llegar a Medrano una gorra pasó por el vagón con el propósito de juntar dinero para su primer show. Me hizo sonreír pensar que tal vez mi colaboración los ayude a cumplir su sueño. Un sueño parecido al nuestro y al de tantos otros. Esas ganas de ser alguien, de dejar algo más que una huella, de perdurar.


El cartel de Ángel Gallardo iba quedando atrás con el avance del vagón cuando recordé que llevaba en mi bolso un chocolate. Uno de esos con frutilla, tus favoritos. Lo saqué, le di un mordisco y me dejé impregnar por su dulzura absorbente. No pude evitar comenzar a sentirme nerviosa cuando descubrí que solo quedaban tres estaciones que marcando el paso del tiempo mejor que mi reloj de mano me acercaban a tu barrio cada vez más.


En Malabia bajaron bastantes personas y oí como de a poco el silencio se apoderaba del subte. Solo escuchaba murmullos. Dos nenes le contaban a su mamá lo que habían hecho con su padre ese fin de semana y un viejito intentaba abrir un caramelo de menta con una mano mientras con la otra sostenía la de su enamorada, una mujer de unos 80 años que lo miraba expectante. Sus ojos esmeralda brillaban como si le acabaran de dar su primer beso.


Vi las puertas abrirse por última vez desde mi asiento. Me acomodé el pelo que llevaba atado en una media colita y colgando mi bolso sobre mi hombro me fui parando lentamente para caminar hacia la punta del vagón. La formación se detenía con cuidado y al divisar el cartel de “Federico Lacroze” sentí alivio por estar cada vez más cerca. Ya no nos conectaban estaciones, estábamos a unos minutos de vernos.


Salí por las escaleras y el sol me impidió ver más allá que la calle que debía cruzar. Una lágrima cayó por mi rostro y no quise detenerme a pensar si fue por mi sensibilidad a la luz o porque me encandilaba el hecho de reencontrarme con el amor de mi vida. Hice unos pasos hasta chocarme con vos y recién cuando me agaché a dejarte unas flores me invadió la tranquilidad de verte tal cual te había dejado hace un tiempo, debajo de ese pasto que imitando el color de los ojos de la anciana que había visto en el subte me hizo sonreír.




Yorumlar


Querida Papa Reiena

es un blog creado en 2017 por un grupo de estudiantes de primer año de la carrera de Guión en el ISER.

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