"No mires hacia adelante"
- Lu
- 27 sept 2017
- 2 Min. de lectura
-"Uno, dos, tres, uno, dos, tres" - contaba Amaranta había salido temprano ese día de su casa hacia su clase de acrobacia, pero en el camino, recibió una notificación en su celular que avisaba que su profesora llegaría una hora más tarde.

“O sea, una hora para interactuar”, pensó.
Siempre se ponía nerviosa cuando se trataba de encuentros sociales y ese caso no sería la excepción. Respiró profundo y cruzó la calle que la separaba de ese club al que ya había ido un par de veces pero al que nunca había entrado tan nerviosa como en ese momento.
Con la cabeza mirando hacia el piso, traspasó ese pasillo lleno de gente que caracterizaba tanto al club.
“No mires hacia adelante”, pensaba, ya que si lo hacía debería cruzar miradas y quizás tener que saludar a alguien.
Agarró fuerte su mochila que tenía puesta para adelante, apretujándola fuerte para que los nervios se concentraran todos allí. Subió las escaleras aún sin subir la mirada, sólo mirando los escalones y espiando, de vez en cuando, por si alguien se le cruzaba y debía hacerse a un lado.
Una vez en el tercer piso, se quedó parada con las manos a los costados.
En ese descanso de la escalera oscuro, se paró y clavó su mirada en la puerta: estaba abierta, dejando ver que las luces estaban ya prendidas y las risas de los demás alumnos podían oírse con claridad. Tenía miedo de entrar, no le gustaba interactuar; en realidad sí, pero le aterraba los primeros momentos en que debía iniciar una conversación.
Respiró profundo, cerró los ojos, exhaló. Abrió los ojos, y dio un paso. Paró en seco y sintió como sus piernas no le permitían avanzar, era otra vez su ansiedad social que no la dejaba. Volvió a respirar y dio un paso. Entró a ese lugar lleno de telas de colores, de colchones de tan diversos tamaños y repleto de tanta luz que daba alegría con sólo poner un pie.
Fue a dejar sus cosas y sacarse sus zapatillas. Lo hizo todo lentamente, para poder llenar el tiempo que restaba hasta que su profesora llegara.
De repente, escucha un grito que proviene de atrás “¡Ama! Vení que estamos tomando mate”. Ella se da vuelta y les sonríe, en señal de aprobación.
Jugando con sus manos, para poder sacar la ansiedad que la atosigaba se acercó y se sentó en una ronda enorme, donde los mates iban y venían junto con las risas de quienes la componían.
En ese preciso instante, logró relajarse. Sus músculos dejaron de tensarse y sus manos se quedaron quietas. Sonrió, esta vez de verdad y sin pensarlo, sabiendo que en ese exacto lugar, es donde se llegaría a sentir verdaderamente parte.
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