Un misterio sombrío
- Jesi
- 19 sept 2017
- 4 Min. de lectura

Era el primer día de mis vacaciones de verano y me encontraba en el auto de mamá viajando para la casa de mis tíos, Claudia y Emilio.
Mis tíos eran las únicas personas de la familia que apreciaban a los animales tanto como yo y eso era motivo suficiente para querer compartir mis días con ellos.
La casa se ubicaba en Pilar, estaba rodeada de un inmenso parque y la única vivienda que tenían cerca era la de la Señora Benítez, una gran amiga y vecina de mi tía. Tardamos no más de una hora y media en llegar y al pasar la puerta mosquitera pude sentir el olor de los buñuelos con pasas que la caracterizaban. Entré a la cocina corriendo y abracé a mi tía, quien con harina en los dedos trataba de no mancharme. Cuando giré me sorprendieron dos patas negras y peludas, era Orión, el perro ovejero de mi tío. Me tiré al piso y jugamos un rato juntos.
Mamá se quedó hasta las 5 y media de la tarde y antes de irse me pidió que me portara bien y que no modifique las horas de sueño, trasnochando hasta altas horas de la madrugada. Diciéndole a todo que sí, mientras subía las escaleras, fui a la habitación del segundo piso que estaba preparada especialmente para mí.
Abrí la valija y sin acomodar la ropa, saqué el libro “La Guerra y la Paz”, me senté en la cama y me propuse terminarlo. Estaba inmersa en la lectura pero el sonido del teléfono y la voz de mi tía me desconcentraron. Mientras trataba de retomar la lectura escuché un grito y bajé hasta la cocina, casi sin respirar.
El llamado provenía del hospital de Mercedes, mi tío que era veterinario había tenido un accidente en la ruta mientras volvía del trabajo. Se encontraba en la guardia y necesitaban que alguien fuera lo más rápido posible. Mi tía entro en shock y no sabía qué hacer. Traté de calmarla diciéndole que vaya a la casa de Benítez para pedirle que la lleve hasta el hospital.
Esta señora tenía un Fitito 600 Amarillo, que si bien no era el automóvil más rápido, lo tenía guardado para urgencias de este tipo. Como era de esperarse accedió a llevarla y me prometió que se iba a quedar con ella. Cerró la puerta de su casa y puso en marcha el auto. Antes de irse mi tía se volvió y me dijo que no podía dejarme sola y que tenia que ir con ellas, le dije que no se preocupe, que yo cuidaría la casa de ambas y que con Orión no me sentiría sola. Con lágrimas en los ojos me abrazó y vi alejarse el auto.
Hacia frió y decidí volver a la casa, cuando cerré la puerta, todas las luces de la casa y del afuera se apagaron. Supuse que era un simple apagón, que pronto volvería y que solo tenía que esperar. Por más que lo intentaba no lograba ver nada, era imposible ver algo en toda esa oscuridad.
Volví hacia la puerta y me senté en el piso, en ese momento sentí las patas de Orión que venían hacia mi. Lo llamé, pero no se acercaba. Agarrándome de la puerta me paré y fui hacia delante. Mientras me acercaba, pude sentir un olor raro, como a tierra mojada. Cuando estaba a punto de tocarlo, sentí un gruñido extraño, como un gorgojeo y se alejó.
Yo me asusté, ya que nunca antes había actuado así conmigo. Al seguir avanzando me golpeé la rodilla con la mesa, y si bien me dolió bastante por lo menos había servido de algo. Recordaba que arriba de la mesa había una cesta con frutas y que en el medio mi tía guardaba un encendedor. Lo encendí, trate de buscar a Orión, pero no lo encontraba por ningún lado. Cuando di la vuelta, este me sorprendió de frente. Caí al suelo, golpeando mi cabeza y al hacerlo el encendedor se desprendió de mis dedos. Orión puso su hocico cerca de mi nariz y pude sentir su aliento, que tenia el mismo olor a la carne podrida, luego de eso me desmayé. No sé cuánto tiempo habría pasado pero ya era de día. Me paré y sentí un dolor punzante en la cabeza, pero sin importarme busqué a Orión por toda la casa. Subí al segundo piso y en medio de mi búsqueda sentí que se abría la puerta mosquitera. Baje y era mi tía, me abrazó y me dijo que por suerte todo estaba bien, mi tío estaba fuera de peligro y solo tenía que estar dos días mas en observación.
La dejé terminar de hablar y le empecé a contar lo que había pasado con Orión, en medio de nuestra charla apareció la Señora Benítez diciendo: - ¡Ay Claudia, espero que no te enojes conmigo! Pero ayer en nuestra corrida al hospital dejé encerrado a Orión en mi casa. El pobre perro no tuvo por donde salir, ya que trabé la puerta trasera porque hace dos semanas se metió un animal raro, nunca supe bien que era. Pero de lo que si estoy segura es que se comió 5 de mis gallinas y me ensució toda la cocina de barro. En fin… espero que tu sobrina no se haya asustado quedándose sola en la casa -.
FIN.
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